El premio
Acariciaba su cara con
delicadeza, se permitía disfrutar del roce contra la suave piel de un
desencajado rostro, que sentía aquellas caricias como puñales afilados,
entreabría los ojos para observar la mano huesuda que se acercaba a su frente
para bajar por su nariz y llegar al mentón.
Por momentos le llegaba el
olor que desprendía aquel cuerpo que la aprisionaba contra una madera corroída
por el tiempo y por la humedad. Si pudiera gritar lo hubiese hecho, si le
permitiesen moverse no toleraría tenerlo sobre ella. Él tenía el don del movimiento,
ella simplemente el de permanecer inmóvil. Él todavía no había descubierto la
verdad, la situación, todo lo que llegaría de un momento a otro.
Saberse bendecido del poder de
tocar la cara de una mujer, sin que esta pudiese decir nada, le producía esa
sensación que tienen los ganadores, los poderosos, aquellos que se creen
superiores y poseedores de todo lo que sus ojos alcanzaban a ver.
Sus manos se iban deslizando
poco a poco hacia otras zonas, mientras el brillo de su lujuria se agrandaba en
unos ojos desencajados por el placer que sentía. Cuantas veces le habían
interrumpido, huyendo sin poder saciar su instinto.
Ya no le importaba nada, tenía
su premio, se jactaba de todos los que querían ser buenos para sentir el amor
de esos dioses a los que veneraban. Toda su vida la maldad lo alimentaba,
descubriendo con el paso de los años que cada vez necesitaba más y más para
saciar aquella sed, de hacer el mal por donde pasaba.
La mujer sentía asco, nunca
había sido una santa, ni tampoco una excelente o medianamente buena persona,
sin embargo, jamás había hecho daño al prójimo, solo a sí misma. Desde el
momento que supo que algún día moriría se convenció de que sería pasto del
infierno.
El hombre esbozaba una sonrisa
mientras se apoderaba de aquel cuerpo que consideraba su regalo por vivir la
vida, sin pensar en nadie más que en su propio ego. Ella intentaba mirarlo,
pronto descubriría el silencio de los infiernos.
Enterrado con vida en el averno, sentir a lo largo de la eternidad el morder de las llamas, revivir una y otra vez el dolor causado a cada víctima, lamentar cada acto y sobre todo desear la muerte, era el premio al recién llegado.
Sobrecogedor y justo castigo para el viejo sinvergüenza. Gran relato, saludos...
ResponderEliminarEs un buen premio, puesto que intuyo que hacienda no pilla cacho del mismo y puede aprovecharlo en toda su dimensión.
ResponderEliminar😂😂😂
EliminarUma merecida punição para o canalha, uma grande história!
ResponderEliminarBeijos
Genial relato, tiene de todo. Te mando un beso.
ResponderEliminarGreat blog
ResponderEliminarPlease read my post
ResponderEliminarwow so scary...
ResponderEliminarExcelente relato! Muito merecido o castigo para o vilão!
ResponderEliminarÉ sempre uma delícia ler-te.
Te dejo un beso.
Más que merecido el castigo. Y pensar que hay muchas personas así en el mundo... Estupendo relato, Mar! Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarVaya con esta historia! Y vaya con el castigo para este infame, tendrá la eternidad para ... Arrepentirse? Demasiado tarde. Un gran abrazo Mar!
ResponderEliminarscary, but excellent story....
ResponderEliminarhave a wonderful day
Me ha parecido original, como siempre.
ResponderEliminarUn abrazo
Excelente relato, el mundo está lleno de gente así, realmente ¿algún día tendrán su justo castigo?
ResponderEliminarSaludos, PATRICIA F.
Vaya relato, me encantó!
ResponderEliminar