El hombre del saco
Pasar el verano en casa
de los abuelos, era la felicidad completa, corretear junto a los animales,
embarrarse hasta las orejas, acompañar al abuelo a pescar, ir a recoger los
huevos con la abuela, sin duda las vacaciones perfectas. Pensaba todo esto mientras miraba a su padre
a través del retrovisor, le dejaría en la casa familiar los dos meses de
verano, viajaba feliz, durante el resto del año contaba los días que quedaban
para ir a la granja. Solo había una pega y era que en la ciudad no existía el
hombre del saco, pero en el pueblo si, y era lo único que le producía muchísimo
miedo.
El verano pasado su
abuelo le había contado de la existencia de un hombre que llevaba un saco,
donde metía a los niños que no querían dormir. El verse atrapado dentro de
aquella tela, lo aterrorizaba.
Ahora era un año mayor,
ya tenía siete años, había elaborado un plan y así pasar las vacaciones sin el
temor de ver aparecer a ese monstruo.
La primera semana acabó
tan cansado que se dormía enseguida, la segunda semana le costó algo más, si
bien acababa rendido de correr de acá para allá.
Un día pidió a sus
abuelos quedarse hasta más tarde, ninguno de ellos accedió, todos se levantaban
muy temprano y no podían dejar los quehaceres por esperar a que el nieto se
despertase.
Estaba decidido, pondría
en marcha su idea, se quedaría despierto leyendo tebeos antiguos que una vez
fueran de su padre, incluso estaba dispuesto a salir de la habitación en caso
de tener sed.
Las doce de la noche,
Carlitos se había quedado rendido de sueño encima de la alfombra con el tebeo
en las manos, un estrepitoso ruido hizo temblar las maderas de la vieja casa.
Algo de gran peso cayó
sobre su menudo cuerpo que lo despertó sobresaltado, intentó patalear y gritar
con todas sus fuerzas, no podía ver nada, solo sentía aquella tela y un bulto
que lo aplastaba contra la vieja alfombra.
Escuchó un gruñido,
varias palabras que sabía que era pecado decirlas, comenzó a llorar y a gritar
por sus abuelos para lo que salvasen. Le rogaba al hombre del saco que no se lo
llevase, prometiendo que no volvería a estar despierto fuera de hora, se
acurrucó esperando lo peor.
Unas manos conocidas lo
abrazaron, se aferró a su abuelo con todas sus fuerzas, dándole las gracias por
sacarlo de allí.
El abuelo estuvo varios
días con un esguince en un pie de haber tropezado con todo el parapeto de
muebles y ropa que Carlitos había apilado para atrapar al hombre del saco.
Loa abuelos son nuestros maestros.
ResponderEliminarBonito y entrañable, seguro que fue una gran lección para Carlitos. Saludos.
ResponderEliminarTierno relato pobre abuelo con el esguince. Pero Carlos esta bien y feliz. Te mando un beso.
ResponderEliminarlove grandparents...
ResponderEliminarwonderful short story
¡Qué bonito, cuánta ternura! Viví el miedo de Carlitos, ese miedo que se tiene irremediablemente cuando se es chiquito y hay algo "raro" que puede ocurrir, cuando hay misterios que a esa edad se convierten en algo amenazador.
ResponderEliminarAbrazo amiga querida! ☺️
Ese abuelo sí que comparte sus caramelos con su nieto.
ResponderEliminarAy los abuelos 🥺 muy bonito relato. Besos
ResponderEliminarMe ha encantado, y me ha recordado mucho a mi infancia! Mil gracias por eso
ResponderEliminarHermoso texto, me recordaste a mi infancia, que mi abuela le decía "el hombre de la bolsa", tenía el mismo fin que el de tu historia, ahora me da ternura, éramos tan inocentes de niños, un abrazo, buena semana, Patricia F.
ResponderEliminarUna historia muy bonita y entrañable. Ese abrazo tan deseado después sentir miedo. Muy bonito
ResponderEliminarBuen post amiga, nos vamos viendo.
ResponderEliminarMi abuelo también lo es para mí ❤ Bonito relato ❤
ResponderEliminarAh, os avós! Uma história muito boa.
ResponderEliminarFeliz Dia Internacional da mulher.
Beijinhos
Me encantó 😊👏👏💕💕
ResponderEliminarUna historia llena de una increíble ternura
ResponderEliminarPaz
Isaac