El coro del altar mayor
Milagro Navideño
La catedral estaba engalanada para recibir a los feligreses que, todos los años se reunían la víspera de nochevieja, acudían a escuchar el famoso coro de niños, que con sus voces prodigiosas y angelicales dejaban en trance a todo aquel que los escuchaba.
El altar presidido por Jesús crucificado, un crucifijo de dos metros de alto. Con la mirada fija en la entrada, bendecía a todo el que accedía, fuese o no creyente. Un santuario de una espléndida arquitectura barroca, bordeado de columnas salomónicas bañadas en oro y cubiertas de pámpanos, arropaban al hijo de Dios.
La cruz de madera de
roble relucía sujetando al redentor de los hombres. Con su mirada triste y al
mismo tiempo confortante, ofrecía una paz extremadamente alentadora.
Delante del altar mayor todo
estaba dispuesto para que los niños del coro se fuesen situando. El director
miraba los bancos abarrotados de fieles, todos en silencio absoluto, habían
acudido para escuchar la voz de ángeles bendecidos con el don de traspasar los
corazones.
En la sacristía noventa y
nueve niños murmuraban, donde estaría Pedrito, él era el solista, y ya llevaban
media hora esperando, cuando jamás se retrasaba. Un niño de unas
características divinas, sensible, un ángel sin alas que cuando abría la boca,
los corazones de los oyentes vibraban, mientras los pelos se erizaban como
escarpias. Uno entre millones con una voz poderosa, con un registro inigualable
y un oído sobrenatural.
El concierto debía
comenzar y, buscaron un sustituto para Pedro. Entraron por orden y se
dispusieron en su lugar correspondiente, justo bajo la cruz del Mesías.
Hubo un pequeño murmullo,
pues los que conocían a Pedrito, no lo veían, y la mayoría acudían esa noche,
porque era su voz la que querían escuchar, una voz que les producía ese momento
espiritual, sereno, de pensar que el mundo era tan bueno como real.
Los niños comenzaron a
cantar a la orden del director, cuando llegó el turno del solista, un canto
angelical vibró desde la cruz que, por unos momentos se iluminó como si el sol
reflejase todo su poder en aquella antigua madera.
A lado de Jesús, estaba
Pedro, cantando por última vez para su fiel público.
Bella historia me conmovió. Te mando un beso
ResponderEliminar¡Qué preciosa historia! Me ha emocionado profundamente. Pedro ya había llegado a el LUGAR. Gracias Mar, muchas gracias!
ResponderEliminarSufro por esos niños. Sus esfínteres corren peligro. Espero que sus padres los saquen de allí y regresen a sus casas.
ResponderEliminar¡Oye! ¡Incluso me puso la piel de gallina! Creo que a Pedrito le encantaba cantar tanto que incluso antes de irse, vino a cantar su última canción ... ¡Me encantó la historia como siempre!
ResponderEliminarAbrazos
wonderful image with beautiful story.....
ResponderEliminarThank you for sharing.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUma grande história , amiga!
ResponderEliminarLinda e estou emocionada em ler. Que linda!
Beijinhos, amiga.
Pero que bonita historia, siempre una bendición escuchar la inocencia en los niños.
ResponderEliminarUn milagro en toda regla, con ese final apoteósico, enigmático como Pedrito.
Saludos!!
Hola, que bonito texto me gustó, y la imagen es impresionante es el Vaticano?
ResponderEliminarLa descripción muy minuciosa, nos trasladas sin duda a esa iglesia barroca llena de fieles espectantes. Sin duda sobrecogedora la escena final, pobre Pedrito, ¿qué le pasó? Bss.
ResponderEliminarUn relato muy conmovedor con un final que no me esperaba, capturaste mi atención de principio a fin. Saludos
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