El jardín de Dondiego

No existía espectáculo más bello que visitar el jardín al anochecer, estaba dedicado exclusivamente a este tipo de flor, la ªDondiegoª, tenían como un metro de altura, su color era variado destacando el jaspeado, permanecían abiertas toda la noche hasta cerca de la madrugada. Existían varios tipos de flores que solo se abrían por la noche, pero observar estas era una maravilla, poco a poco según se acercaba la oscuridad comenzaban a expandirse con una leve sinfonía.

Aquella noche parecía que todos los aromas del mundo se habían unido, cuanto más cerca estábamos percibíamos distintos olores que embaucaban a personas, animales e insectos. La maravilla de ver aquellas flores como iban desplegando sus pétalos era toda una exhibición de la naturaleza, una ceremonia poderosa que ofrecía una visión que nunca se podría olvidar.

Entre los tallos de las flores de Dondiego, se acurrucaba malherido un pequeño gatito, el cual intentaba maullar para espantar a los roedores que esperaban ansiosos la muerte del animal para darse el gran festín.

Al acercarnos pudimos observar que el gato estaba lastimado, tenía sangre por todo su cuerpo, posiblemente

fuera atropellado por algún vehículo y como pudo se arrastró hasta el jardín donde estaría esos últimos momentos, acogido por aquellas hermosas flores que poco a poco se abrían, protegiendo al animal.

Cuando permitió que nos acercásemos, ya estaba en su última fase, respirando agitadamente, sin fuerzas para ahuyentarnos, espiró su último aliento recogiendo el aroma de aquellas plantas que lo arropaban.

La decisión fue unánime, no dejaríamos que las alimañas se cebasen con el pobre gato. Buscamos una caja de cartón, cavamos un hoyo bajo los tallos de las hermosas flores que se habían abierto completamente, y enterramos al pequeño para que reposase tranquilo en el lugar que había elegido para su fin.